jueves, 16 de enero de 2014

La dupla (1ra. parte)

¡Pedro! ¡Mirá quién vino!

Pasó tanto tiempo desde la última vez que subí algo acá, que hasta se murió Calabró. Entre otros. Qué cosas, eh.

Tiene sentido el "parate", en parte, porque el último año, año y medio, tuvieron lugar muchos hechos en mi vida: claro que no los contaré, si no los saben, no les importa.

La cosa es que todo este tiempo, no es que no estuve escribiendo. No celebren.

Seguiría con el preámbulo, pero esto que vengo a postear ya es lo suficientemente largo como para agregar más cosas. De hecho, lo voy a poner en partes, así mueren por saber como sigue. Hasta en una de esas, si mi plan tiene éxito, me llegarán cientos de miles de mails ofreciéndome dinero para que ponga la continuación.

Pásenla lindo, eh. Manga de putos.
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Como si fuese ayer me acuerdo, mirá. Como si fuese ayer. Porque estará lejos aquél ’53 en el que nací yo, pero el bocho todavía me funciona, eh. Me funciona bien. Hasta mejor que un pibe, te digo, porque viste que ahora con el celular, la calculadora y qué se yo, la cabeza la usan mucho menos. Serán más rápidos pero en lo que es la memoria, ni mierda. De pedo se acuerdan el nombre o la dirección de la casa. Pero esa es otra historia, pará que no me quiero ir de tema. La cosa es que yo me acuerdo bien, sí… bueno, ahora no estoy seguro si era el ’91 o el ’92, pero por ahí. ’93 seguro que no. Yo debía tener 38, 39 años. En esa época, a las inferiores del clú’ no las veía ni el loro. Pero ni el loro, ¿eh? Caían los padres a traer a los pendejos a entrenar y se iban bien a la mierda. Y los pocos que venían, porque la mayoría de los pibes viajaba en bondi, si no tenían un mango. Aparte, con el frío que hizo ese invierno, ¡qué hijo de puta! Un frío de cagarse, hermano. Si hasta me acuerdo, mirá, de Rosita, la tesorera, la pelotuda de Rosita que te veía temblando como una hoja sacando de pedo una mano de los bolsillos de la campera para tomar el café hirviendo que te traía el Dolfo, el cafetero que se hacía unos manguitos con los 12 boludos que íbamos a ver esos partidos. Y la Rosita que te decía ‘¡Qué lindo invierno ¿eh?! Ese fresquito que se siente en la cara, ¡qué delicia!’, y uno que no le contestaba de educado nomás, porque si le decías algo como mínimo era mandarla al carajo. Y claro, porque ella salía de esa oficinita que tenía, de 3x3, con un calefactor que ocupaba media pared, y qué mierda le iba a importar el frío. Si aparte pesaba como 150 kg. Pero bue, por educación nomás, por ser un tipo considerado, por como te habían encaminado tus viejos, le devolvías una sonrisita, la mandabas entredientes a la reputísima madre que la parió, y listo, seguías con el café del Dolfo. Un café que, honestamente, era una mierda, pero buen tipo el Dolfo.
Siempre firme, inalterablemente al pié del cañón ahí en las canchitas de inferiores, con lluvia, con frío, hasta esa vez que nevó, como carajo fuera, pero ahí estaba el Dolfo y sus 7 termos: 3 de café, 1 de leche y 3 de agua caliente, para algún mate perdido o una que otra madre que se quedaba y le pedía té, o el puto de José María que decía que si tomaba otra cosa le daba acidez. ‘¡En el orto tenés acidez!’ le gritaba Monchito, hasta de lejos, sin decoro alguno, siempre que lo escuchaba. Si hasta él había sido el que corriera la bola de que Dolfo no llevaba 7 termos sino uno más… supongo que me explico. Claro, con una liviandad total, siempre libertino, después de que Dolfo ya fuese un habitué, uno más en la familia del clú’, él empezó con el rumor, ‘El octavo termo es para mujeres nomás, y no lo lleva en el carrito, lo tiene entre las piernas’, y de nuevo lo atendía a José María (lo tenía de hijo, hasta cuando no estaba), ‘A Josecito parece que de vez en cuando lo convida’, en fin, viste como son esos tipos. Te agarran de punto y cagaste. Pero igual eran amigos. Y a fin de cuentas qué problema iba a tener, si vivía en el clú’ ese vago. Mirá que yo vi partidos, ¿eh?, desde que empecé a ir con mi viejo a los 7, 8 años, que me acuerdo de la banderita esa, “Monchito pte.”. La vi más que la de Budge, más que la de San Martín con esas letras medio raras, no faltaba a un puto partido. Lo vivía jodiendo a José María, por esa manía de tomar té. Para mí que le gustaba y no tenía acidez un carajo, pero le daba vergüenza admitirlo. La cosa es que el Dolfo no le fallaba, y ahí estaba el tecito para el puto, también. Un fenómeno el Dolfo, que así como a mi me decían ‘Tín’, él se había ganado el apodo por la costumbre que había heredado Carlitos del padre, esa cosa de decirte por como terminaba tu nombre. Dolfo, Tín, Berto, Lando, a todo el que podía se lo encajaba. Y que debía ser lo único que había heredado de él, porque físicamente era igualito a la madre, un calco, y aparte el viejo en su vida había tocado una pelota. Y Carlitos sí que jugaba, ¡cómo jugaba Carlitos, la puta que lo parió! Un crack, de esos que aparecen de vez en cuando. Juan Carlos Misultina.
Que en realidad, claro, ahora que lo pienso, mirá lo que son las cosas de la vida, yo te acabo de decir ‘de esos que aparecen de vez en cuando’, y el culo, el ojete que tuvimos y que Dios la tenga en la gloria a la Sole, que aunque de distintos matrimonios era la madre de los dos, ¡de los dos!, la dupla atacante más gloriosa que tuvo el clú’ en toda su historia. Y mirá que vi delanteros, ¿eh?, yo vi delanteros ¿pero como estos dos? Mamita, si hasta debo poder contar con los dedos de una mano los partidos en los que alguno de los dos no mojó, no te miento. ¡Y lo linda que era la Sole!, que después se fue, cuando se separó del padre de Rubén, a trabajar a no se donde mierda, porque ella era farmacéutica y le iba muy bien con eso. Y viste que no te jodo con lo de la memoria, porque vos me dirás ‘¿y este cómo mierda se acuerda que la madre laburaba de farmacéutica?’, y sí, me acuerdo porque me funciona bien el marulo, y porque aparte había una anécdota muy famosa –bah, famosa dentro del clú’, viste–, con la que lo jodían siempre al Rubén; porque resulta que una vez en la final de un torneo de la escuelita de fútbol a la que iba, lo habían metido de entrada porque el 9 titular se había lesionado –que en realidad después se murió, porque lo había reventado una Citroneta a la que se le rompió la dirección ahí en Soldati o no se donde carajo era que vivía–, y claro, con la misma madre, Juan Carlos iba a la misma escuelita pero él ya era titular. Y como el hermano la movía mucho, pero mucho, lo ponían en la misma categoría aunque se llevaban 2 años. Ahí, que era el primer partido que jugaban juntos, más allá de algún entrenamiento, la rompieron. La descosieron. Ganaron 14-2, y 12 goles los hizo Rubén, que con lo que lo jodían era con eso, porque ni bien terminó el partido, se ve que se había estado aguantando y no daba más, en vez de festejar se fue cagando al baño, como a los que agarran para el control antidóping, y encima habiendo metido 12 goles ¡te imaginás!, lo jodían como loco, ‘Vos diste positivo hasta en la escuelita de fútbol’, y qué se yo. Pero como era un jodón él también, se lo tomaba con soda (y era lo único que después se tomaba con soda el borracho este). Entonces podemos decir que ahí nació la gran dupla, la única, la excepcional, la milagrosa, entre Juan Carlos Misultina y su hermano, Rubén Omar Codelasa.

¿Vas a mejorar el silencio?

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