lunes, 27 de enero de 2014

La dupla (2da. parte)

Bueno, vamos con la segunda entrega, de las tres que componen este clásico de la literatura mundial. La hubiese puesto antes, pero no tuve internet por una semana. Es decir, me fui de vacaciones.

Hasta luego, eh. Ojo con los rayos, las centellas, y las centollas, aunque se las ve más por el sur, creo.

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Entonces, ¿en qué estaba? Ah, eso, en las inferiores. Sí, al Rubén lo marcaron ya nomás por ser el hermano de Carlitos, y después de verlos en ese partido juntos, hasta la pelotuda de Rosita se hubiese dado cuenta que estábamos salvados. ¡Estábamos salvados, hermano! ¡Por fin! Porque a mí que no me vengan con Racing ni la mar en coche, sufrir, lo que se dice sufrir, sufríamos nosotros, sufría yo, la puta que lo parió.
Porque más allá de alguna época dorada, por esos años, el clú’ era una mierda. No se salvaba uno pero no de la Primera, de ningún lado ¿eh? Una manga de muertos. Por ahí veías alguno que otro que era puro sacrificio, meter y meter hasta que se hinchaba las pelotas porque corría solo o porque de tantas revoluciones se iba expulsado antes que termine el primer tiempo, como el flaquito este que no me acuerdo el nombre pero que le decían “La sierra”, que vos lo veías y parecía que en cuanto se mandara un pique para correr una dividida se iba a desarmar, pero que después de verlo trabar, ir al choque, al cuerpo siempre, al quilombo de 3 o 4 jugadores juntos con la patita siempre para arriba, los tapones de punta y casi sintiendo en la propia carne el brillo frío del filo que se decía que les sacaba, sabías que lo que se iba a desarmar no era él, sino la pierna del contrario, o directamente su familia, porque lo mataba, lo dejaba seco ahí, en la cancha, nomás. Si hasta una vez el muy animal lesionó a uno de los nuestros, por ir enajenado al minuto y medio de juego a correr un pelotazo un día de una lluvia de la San Puta, la cancha hecha un barrial, que era algo que le encantaba. “El barro me ciega”, había declarado tras ese partido, encuentro confuso por el cual el arbitrante Ariel Gastrilli abandonó el referato de forma inmediata, por el vergonzoso hecho que protagonizó al tener que reunirse en el círculo central junto a sus 3 colegas para decidir qué cobrar, mientras el cuerpo médico retiraba al casi agonizante compañero de “La sierra” y la policía acompañaba a este último a los vestuarios. Ese no sólo sería el último partido del Sr. Gastrilli dentro del fútbol (tras su retiro se dedicó a la gastronomía, fundando el bar “La Tasca” en pleno centro de.. bueno, no me acuerdo en dónde, pero le fue muy bien), sino también de “La sierra”, al menos por ese campeonato, porque fue suspendido por el resto de la competencia y hasta se dijo que tuvo que enfrentar un juicio por tentativa de homicidio, aunque esto nunca se supo si fue cierto o nomás un rumor iniciado por alguno de los borrachos de la barra.

Y a alguno de los 2 le encantaba el barro también, no sé si a Juanca o a Rubén, pero mirá de lo que me estoy acordando ahora, ¡mirá lo que me vine a acordar! No, la memoria, ves lo que es la memoria, pibe. Con esta te morís (y te la cuento y me voy yendo porque a las 7 tenía que estar en lo del Berto, no me acuerdo para qué carajo pero a las 7 era seguro). Otro día de lluvia torrencial, pero no sabés. No sabés. Si esa otra vez era de la San Puta, acá directamente salió cagando San Pedro, el Papa Francisco, Noé, todos, todos. La de Argentina-Perú, el partido ese con el gol de Palermo, por nombrarte una más reciente, no era nada, una lloviznita de mierda al lado de esto. Se venía el mundo abajo.

Anteútima fecha. El puntero había perdido y si nosotros ganábamos quedábamos solos, arriba, 2 puntos de ventaja y teniendo que jugar la última, también de local, contra no se qué equipo choto que ya estaba descendido casi desde que había arrancado el campeonato. O sea, ¿me explico?: era EL partido, una final. Jugábamos contra Atlético Tucumán, o Rafaela, no estoy seguro, pero era uno de esos equipos de mierda que si de pedo te meten un gol, después se meten todos atrás y no los descolgás del travesaño ni con gases lacrimógenos. Estábamos todos con los huevos en la garganta ya desde el día anterior, porque nos enteramos que Misultina y Codelasa iban al banco. Te imaginás como nos pusimos, caímos como 50 al clú’ para ver qué carajo pasaba. Una radio partidaria aseguraba que habían tenido “una noche de desenfreno” y que por eso no iban a poder jugar, por haberse ido de joda. Esa radio, me acuerdo, al final no pudo transmitir el partido, porque de los 50 que estábamos en el clú’, cuando escuchamos eso, 10 se fueron a cagar a patadas al locutor que había inventado semejante infamia. Mirá si justo los dos ídolos del clú’, los que habían hecho no uno, ni 10, ni 20, sino ¡todos! los goles del equipo (salvo uno, mirá vos cómo me acuerdo, que lo había hecho en contra un portugués burro, Nuñes Mori, en el clásico que ganamos 3 a 0), ¡mirá si justo antes del partido definitorio se iban a ir de joda! ¡Pero dejame de joder, hermano!

La cosa es que al final se dijo que había pasado algo como lo del bidón en el mundial del ’90, que los maricones de Independiente, como se habían caído de la punta (por cagones, nomás, porque el partido que perdieron fue nada más que porque son unos cagones de mierda), habían contaminado el agua, o la comida, o no sé qué carajo, pero a nuestra dupla atacante le había destruido el hígado. Así que la mañana siguiente, ya previa al partido, para poder calmarnos un poco, porque de verdad que no podíamos más, incluso al viejo Aníbal le tuvimos que dar unas pastillas de no sé qué porque casi se nos va del otro lado, nos juntamos y pasamos por una esquina que nos acordábamos que tenía un mural de estos hijos de puta de Avellaneda, en una pared que cerraba un descampado, y la hicimos mierda. Pero mierda, ¿eh? Fuimos como 30 con 8 mazas, unos cortafierros y no sé qué más, y la tiramos abajo, la hicimos bosta. Hubo un grupito que se cebó y además, con los mismos escombros, apedrearon una filial que les quedaba cerca, pero después nada más, porque a fin de cuentas nosotros somos tranquilos, no nos gusta el quilombo. Pero esta de alguna manera la tenían que pagar, por ser una manga de trolos. Hasta ya teníamos la bandera pensada para la última fecha si ganábamos: “Perdiste el campeonato por puto y cagón”. Un poema.

Así llegamos a la cancha, entonces. Ya mojados hasta los huesos por el trajín de la demolición, porque ahí ya llovía, pero qué carajo nos importaba, si estábamos a un pasito de salir campeones. ¡Qué carajo nos iba a importar! Igual, estábamos cagados, pero cagados en serio, porque hasta ahora en dos o tres partidos había pasado que Carlitos o Rubén no jugaran, pero nunca los dos juntos, nunca. Ni en una fecha, ni medio partido, nada. Siempre uno y casi siempre los dos, salvando las papas de los otros 9, que no eran todos un desastre, pero por ahí andaba la mano. Entonces, era incertidumbre pura. Y cagazo. Pero cualquiera que haya ido así a la cancha, y más con lluvia, sabe que la mejor manera de descargar todo ese cóctel de adrenalina, duda, julepe, frío, calor y toda la manija habida y por haber, es alentando. Alentando, señores. No hay otra. El que no hace eso no es más que un pusilánime que merece como mínimo el descenso de su club y los cuernos de su mujer, es así. Y más bien que nosotros nos estábamos desgarrando la garganta, ¡lo que era la cancha, pibe! Se me pone la piel… ¡mirá cómo se me pone! ¡Una locura! Me acuerdo el temblor de la tribuna con el cantito previo a la salida del equipo que había salido en las últimas fechas:

Yo no soy como esos / que se quedan en casa / vengo a ver al equipo / a ver a Codelasa / ¡también a Misultina / y no me como ninguna / si me andan buscando / estoy en las tribunas / estoy en las tribunas!

Ni que decirte que para el final del primer tiempo, el ánimo era… un poco diferente. Perdíamos 2 a 0. Con el pitazo fulminante de la primera mitad, el equipo se fue entre aplausos, un poco tímidos por ahí, pero sí fortísimo el aliento para los ídolos, el grito de ‘¡Mi-sul-tina! ¡Co-de-lasa!’ sacudía hasta la humedad del pasto. Es que no había otra, entraban y lo dábamos vuelta, era así. Estaba escrito, si alguien está redactando las sagradas escrituras de nuestra época, ese día se escribía una página. El destino tiene esas cosas.

A los 3 minutos de la segunda parte, ya la lluvia azotaba peor, y con el primer pelotazo arriba del travesaño del cordobés muerto de Sosa, el 9 suplente, la tribuna se sublevó. Nos pusimos como locos. Queríamos matar a todos, 10 minutos más y nos matábamos entre nosotros. Hinchadas las venas de todos los cuellos que apenas lograban contener a cientos de gargantas inflamadas que reclamaban con ímpetu terrorista ‘¡Poné a la dupla, la puta que te parió!’ ya no podían ser ignoradas. Nos tenían que dar bola. Más todavía cuando parte de la letra P del ex mural de Independiente buscó… despertar, digamos, a nuestro DT, “El profe” Barbosa, pero casi como un designio divino terminó abriéndole la frente al preparador físico, el Dr. Julio Lapegüe. Y te lo digo así porque fue una cosa del Barba, de milagro pero en serio, porque después nos enteramos por el utilero, que era ese mariconazo de Lapegüe el que le decía al Profe que esperara, que los pibes no estaban para jugar más de 15 minutos, que tenían la presión muy baja, y no sé cuántas boludeces más digna de esos matasanos.


Junto con la retirada en camilla del inconsciente Dr. Lapegüe, se dieron otros 3 sucesos: el tercero de los visitantes, la salida de Sosa por Misultina, y la del wing nigeriano Bantsimba, “El león”, que malo no era, pero nada podía hacer frente a la leyenda viva de Codelasa. Y mirá lo que me olvidaba, no fueron 3, fueron 4 las cosas que pasaron ahí, en ese instante que parecía interminable, porque a Aníbal también se lo llevó un enfermero, después de hacer un hueco en la tribuna para que pueda pasar, con una especie de preinfarto. Y de seguir la historia así, íbamos a terminar todos iguales, la ansiedad nos iba a matar a todos.

¿Vas a mejorar el silencio?

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