Hasta luego, eh. Ojo con los rayos, las centellas, y las centollas, aunque se las ve más por el sur, creo.
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Entonces, ¿en qué estaba? Ah, eso, en las inferiores. Sí, al Rubén lo
marcaron ya nomás por ser el hermano de Carlitos, y después de verlos en ese
partido juntos, hasta la pelotuda de Rosita se hubiese dado cuenta que
estábamos salvados. ¡Estábamos salvados, hermano! ¡Por fin! Porque a mí que no
me vengan con Racing ni la mar en coche, sufrir, lo que se dice sufrir,
sufríamos nosotros, sufría yo, la puta que lo parió.
Porque más allá de alguna
época dorada, por esos años, el clú’ era una mierda. No se salvaba uno pero no
de la Primera, de ningún lado ¿eh? Una manga de muertos. Por ahí veías alguno
que otro que era puro sacrificio, meter y meter hasta que se hinchaba las
pelotas porque corría solo o porque de tantas revoluciones se iba expulsado
antes que termine el primer tiempo, como el flaquito este que no me acuerdo el
nombre pero que le decían “La sierra”, que vos lo veías y parecía que en cuanto
se mandara un pique para correr una dividida se iba a desarmar, pero que
después de verlo trabar, ir al choque, al cuerpo siempre, al quilombo de 3 o 4
jugadores juntos con la patita siempre para arriba, los tapones de punta y casi
sintiendo en la propia carne el brillo frío del filo que se decía que les
sacaba, sabías que lo que se iba a desarmar no era él, sino la pierna del
contrario, o directamente su familia, porque lo mataba, lo dejaba seco ahí, en
la cancha, nomás. Si hasta una vez el muy animal lesionó a uno de los nuestros,
por ir enajenado al minuto y medio de juego a correr un pelotazo un día de una
lluvia de la San Puta, la cancha hecha un barrial, que era algo que le
encantaba. “El barro me ciega”, había declarado tras ese partido, encuentro
confuso por el cual el arbitrante Ariel Gastrilli abandonó el referato de forma
inmediata, por el vergonzoso hecho que protagonizó al tener que reunirse en el
círculo central junto a sus 3 colegas para decidir qué cobrar, mientras el cuerpo
médico retiraba al casi agonizante compañero de “La sierra” y la policía
acompañaba a este último a los vestuarios. Ese no sólo sería el último partido
del Sr. Gastrilli dentro del fútbol (tras su retiro se dedicó a la gastronomía,
fundando el bar “La Tasca” en pleno centro de.. bueno, no me acuerdo en dónde,
pero le fue muy bien), sino también de “La sierra”, al menos por ese
campeonato, porque fue suspendido por el resto de la competencia y hasta se
dijo que tuvo que enfrentar un juicio por tentativa de homicidio, aunque esto
nunca se supo si fue cierto o nomás un rumor iniciado por alguno de los
borrachos de la barra.
Y a alguno de los 2 le encantaba el barro también, no sé si a Juanca o a
Rubén, pero mirá de lo que me estoy acordando ahora, ¡mirá lo que me vine a
acordar! No, la memoria, ves lo que es la memoria, pibe. Con esta te morís (y
te la cuento y me voy yendo porque a las 7 tenía que estar en lo del Berto, no
me acuerdo para qué carajo pero a las 7 era seguro). Otro día de lluvia
torrencial, pero no sabés. No sabés. Si esa otra vez era de la San Puta, acá directamente
salió cagando San Pedro, el Papa Francisco, Noé, todos, todos. La de
Argentina-Perú, el partido ese con el gol de Palermo, por nombrarte una más
reciente, no era nada, una lloviznita de mierda al lado de esto. Se venía el
mundo abajo.
Anteútima fecha. El puntero había perdido y si nosotros ganábamos
quedábamos solos, arriba, 2 puntos de ventaja y teniendo que jugar la última,
también de local, contra no se qué equipo choto que ya estaba descendido casi
desde que había arrancado el campeonato. O sea, ¿me explico?: era EL partido,
una final. Jugábamos contra Atlético Tucumán, o Rafaela, no estoy seguro, pero
era uno de esos equipos de mierda que si de pedo te meten un gol, después se meten
todos atrás y no los descolgás del travesaño ni con gases lacrimógenos.
Estábamos todos con los huevos en la garganta ya desde el día anterior, porque
nos enteramos que Misultina y Codelasa iban al banco. Te imaginás como nos
pusimos, caímos como 50 al clú’ para ver qué carajo pasaba. Una radio
partidaria aseguraba que habían tenido “una noche de desenfreno” y que por eso
no iban a poder jugar, por haberse ido de joda. Esa radio, me acuerdo, al final
no pudo transmitir el partido, porque de los 50 que estábamos en el clú’,
cuando escuchamos eso, 10 se fueron a cagar a patadas al locutor que había
inventado semejante infamia. Mirá si justo los dos ídolos del clú’, los que
habían hecho no uno, ni 10, ni 20, sino ¡todos! los goles del equipo (salvo
uno, mirá vos cómo me acuerdo, que lo había hecho en contra un portugués burro,
Nuñes Mori, en el clásico que ganamos 3 a 0), ¡mirá si justo antes del partido
definitorio se iban a ir de joda! ¡Pero dejame de joder, hermano!
La cosa es que al final se dijo que había pasado algo como lo del bidón
en el mundial del ’90, que los maricones de Independiente, como se habían caído
de la punta (por cagones, nomás, porque el partido que perdieron fue nada más
que porque son unos cagones de mierda), habían contaminado el agua, o la
comida, o no sé qué carajo, pero a nuestra dupla atacante le había destruido el
hígado. Así que la mañana siguiente, ya previa al partido, para poder calmarnos
un poco, porque de verdad que no podíamos más, incluso al viejo Aníbal le
tuvimos que dar unas pastillas de no sé qué porque casi se nos va del otro
lado, nos juntamos y pasamos por una esquina que nos acordábamos que tenía un
mural de estos hijos de puta de Avellaneda, en una pared que cerraba un
descampado, y la hicimos mierda. Pero mierda, ¿eh? Fuimos como 30 con 8 mazas,
unos cortafierros y no sé qué más, y la tiramos abajo, la hicimos bosta. Hubo
un grupito que se cebó y además, con los mismos escombros, apedrearon una
filial que les quedaba cerca, pero después nada más, porque a fin de cuentas
nosotros somos tranquilos, no nos gusta el quilombo. Pero esta de alguna manera
la tenían que pagar, por ser una manga de trolos. Hasta ya teníamos la bandera
pensada para la última fecha si ganábamos: “Perdiste el campeonato por puto y
cagón”. Un poema.
Así llegamos a la cancha, entonces. Ya mojados hasta los huesos por el
trajín de la demolición, porque ahí ya llovía, pero qué carajo nos importaba,
si estábamos a un pasito de salir campeones. ¡Qué carajo nos iba a importar!
Igual, estábamos cagados, pero cagados en serio, porque hasta ahora en dos o
tres partidos había pasado que Carlitos o Rubén no jugaran, pero nunca los dos
juntos, nunca. Ni en una fecha, ni medio partido, nada. Siempre uno y casi
siempre los dos, salvando las papas de los otros 9, que no eran todos un
desastre, pero por ahí andaba la mano. Entonces, era incertidumbre pura. Y
cagazo. Pero cualquiera que haya ido así a la cancha, y más con lluvia, sabe
que la mejor manera de descargar todo ese cóctel de adrenalina, duda, julepe, frío,
calor y toda la manija habida y por haber, es alentando. Alentando, señores. No
hay otra. El que no hace eso no es más que un pusilánime que merece como mínimo
el descenso de su club y los cuernos de su mujer, es así. Y más bien que
nosotros nos estábamos desgarrando la garganta, ¡lo que era la cancha, pibe! Se
me pone la piel… ¡mirá cómo se me pone! ¡Una locura! Me acuerdo el temblor de
la tribuna con el cantito previo a la salida del equipo que había salido en las
últimas fechas:
Yo no soy como esos / que se
quedan en casa / vengo a ver al equipo / a ver a Codelasa / ¡también a
Misultina / y no me como ninguna / si me andan buscando / estoy en las tribunas
/ estoy en las tribunas!
Ni que decirte que para el final del primer tiempo, el ánimo era… un poco
diferente. Perdíamos 2 a 0. Con el pitazo fulminante de la primera mitad, el
equipo se fue entre aplausos, un poco tímidos por ahí, pero sí fortísimo el
aliento para los ídolos, el grito de ‘¡Mi-sul-tina! ¡Co-de-lasa!’ sacudía hasta la humedad del pasto. Es
que no había otra, entraban y lo dábamos vuelta, era así. Estaba escrito, si
alguien está redactando las sagradas escrituras de nuestra época, ese día se
escribía una página. El destino tiene esas cosas.
A los 3 minutos de la segunda parte, ya la lluvia azotaba peor, y con el
primer pelotazo arriba del travesaño del cordobés muerto de Sosa, el 9
suplente, la tribuna se sublevó. Nos pusimos como locos. Queríamos matar a
todos, 10 minutos más y nos matábamos entre nosotros. Hinchadas las venas de
todos los cuellos que apenas lograban contener a cientos de gargantas
inflamadas que reclamaban con ímpetu terrorista ‘¡Poné a la dupla, la puta que
te parió!’ ya no podían ser
ignoradas. Nos tenían que dar bola. Más todavía cuando parte de la letra P del
ex mural de Independiente buscó… despertar, digamos, a nuestro DT, “El profe”
Barbosa, pero casi como un designio divino terminó abriéndole la frente al
preparador físico, el Dr. Julio Lapegüe. Y te lo digo así porque fue una cosa
del Barba, de milagro pero en serio, porque después nos enteramos por el
utilero, que era ese mariconazo de Lapegüe el que le decía al Profe que
esperara, que los pibes no estaban para jugar más de 15 minutos, que tenían la
presión muy baja, y no sé cuántas boludeces más digna de esos matasanos.
Junto con la retirada en camilla del inconsciente Dr. Lapegüe, se dieron
otros 3 sucesos: el tercero de los visitantes, la salida de Sosa por Misultina,
y la del wing nigeriano Bantsimba, “El león”, que malo no era, pero nada podía
hacer frente a la leyenda viva de Codelasa. Y mirá lo que me olvidaba, no
fueron 3, fueron 4 las cosas que pasaron ahí, en ese instante que parecía
interminable, porque a Aníbal también se lo llevó un enfermero, después de
hacer un hueco en la tribuna para que pueda pasar, con una especie de
preinfarto. Y de seguir la historia así, íbamos a terminar todos iguales, la
ansiedad nos iba a matar a todos.
¿Vas a mejorar el silencio?
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