martes, 21 de junio de 2011

Calla

Interrumpimos la transmisión aún no iniciada del segundo capítulo de la breve (o quizás no, quién sabe) obra intitulada "Los imitadores" para traerles el siguiente poema (digamos), gentileza de la vorágine creativa (ponele) que atacó al autor en su retorno al hogar a bordo de la línea 71 en el día de la fecha. 
Asimismo, note la audiencia los pocos pero notables cambios en este humilde espacio, en relación a la gentil emisora radial de la cual formo parte oficialmente desde el pasado viernes, lo cual me obliga (casi) a comentar la buena nueva con un buen humor que no ha gobernado mi jornada, realmente, a excepción de un mail recibido que me arrancó un par de sonrisas y algún que otro nombre propio que por cuestiones que no vienen al caso no mencionaré.
Sin más, y agradeciendo primero al gaita Fary y su inseparable coequiper Sole por la oportunidad de sumarme al equipo radiofónico para compartir mis letras y algo más de mi locura, y luego a quienes gusten leerme (mención especial para Laira, que no parece cansarse o está resignada.. jaja), me despido dejando el siguiente coso a continuación, que espero sea de su agrado, y sino, francamente, mucho no me importa.

a te te e.,
El autor.

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Dime qué ojos me devoraron esa madrugada,
ese sol álgido servido en dos mitades,
estoico ante la noche anunciada,
decidido: ya desterrada del día.

Dime qué boca dejó de besarme en secreto,
rendida aún, la mía, ante ella.
Suplicaba la luna no la nuble el cielo,
rendida, la tuya, ante el miedo.

Dime qué manos durmieron junto a mi esa noche
atando las mías, helando mi sueño.
Nada era perfecto pero podía serlo:
temblaba una vida, mas no aún mi cuerpo.

Dime qué labios mintieron, hirientes,
a ese naciente mendigo de ayeres;
aún es inocente su ilusión reclusa
del olvido carcelero, también reincidente.

Dime qué alma, qué cuerpo, qué aliento,
dímelo a mi, por lo mío, mi anhelo.
O quizás, mejor, ya no digas nada: así
no eres tuya, ni puedes ser mía.

miércoles, 15 de junio de 2011

Los imitadores (parte I)


Tan de repente como ahora volví a andar en bicicleta (después de tanto tiempo), una semana me encontré hablando de 'la radio' con una.. digamos colega, y la siguiente salí al aire quién sabe para cuantos pocos, en el tren de un soñador como es uno. Quizás (casi) todos los viernes. Ya veremos.
Supongamos que esas son las novedades, que (no es novedad) a nadie le importan, o ya las conocerían.
Pasemos a lo que (tampoco) interesa, con el título arriba expuesto y la etiqueta otorgada, aunque sea medio una mezcla.. por ahora.

(bah, o por ahí sí).

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Nicasio se llama Nicasio, pero por obvias cuestiones lo llamaré Alejandro. Sea él el sujeto de pruebas N°1. Es una persona particular (como todas a quienes les escribo), tan auténtica como esta párrafo que finalizará en breve. Recuerdo haberlo visto pocas veces, y lo complejo que me fue comprender a tan aguda persona.
Reconozco que en un primer momento puede haberme sonado de manera agradable, pero luego eduqué el oído lo suficiente (todo el tiempo un poquito más), y para colmo, comprendí que “Philips” se escribía como acabo de hacerlo y no comenzando con la cuarta consonante. No hay en esto nada de malo, pues noto que habrá quienes necesiten tales productos, pero también entiendo que “nada malo” podría hallarse en un resfrío, considerando la gravedad de ciertos asuntos. Mas lo único indiscutible en esto es que por más conveniente que pudiese resultar, un virus enferma, y es en especial molesto.
Así, tenemos a este bicho de ciudad siempre arrinconado (vaya uno a saber por cuantos rincones) sin que ningún lugar sea suyo, salpicando una guitarra criolla como un cielorraso a medio terminar con un sonido comparable a lo que el blanco es al color. Y no se confunda: Alejandro jamás se calla.
Mencionaba su poca peligrosidad (no por esto hemos de menospreciarla) y su abultada capacidad para ser un estorbo, esa inquietud del ánimo tan poco práctica al momento de tomar decisiones de peso. Aquí radica la mayor amenaza; amigo de Dios y del Diablo (y bastardeado por ambos), suele ser esclavo de su propia estupidez como para lograr menoscabar los repentinos embates valerosos de algún alma inocente aún convencida de aquél inicio con la letra efe. Le teme a la esperanza y su desánimo es falso, sobreactuado, puramente patético. Un padecimiento moral absoluto.
Alejandro es tan poca cosa que necesita ser dos a la vez: víctima y victimario, no es ni un enemigo digno. Su mayor condena es su supuesta sinceridad, porque quien nada dice nada se adjudica, pero él corrompe el nombre del silencio arrojando sonidos imperceptibles, que aunque nada dejen como evidencia para el pasado, permiten que los detallistas como uno logren comprender su naturaleza. Se viste entre cadenas por no aceptar sus miserias, disfrazándolas de hazañas cotidianas de una multitud a la que no pertenece pero cuya comodidad no logra dejar de envidiar, generando uno de los rechazos más puros que pueden sentirse, que de tanta pureza es fácilmente transformable en lástima, el más indeseable de los sentimientos.
La maldad no se presenta en este espécimen simplemente por su completa nulidad. Sabe odiar (bueno, al menos démosle esta ventaja), pero jamás podría ser odiado. A veces está bien contar con Alejandro, pero pasado el umbral de la derrota de turno, debiera de ofrecer algo más, una risa, una idea, una propuesta, no una pena adolescente y la pérdida adrede de su diario íntimo. Eso es algo meramente fútil, sin siquiera la belleza poética de lo vano. Estos sujetos son despreciables por opción; incapaces de todo deseo, ni siquiera intentan masturbarse porque no reúnen el más mínimo residuo de la autosuficiencia. De elegancia inexistente, dueños de la más cruda y arrebatada tibieza, Alejandro, como uno de ellos, me genera la más simple definición de asco que pueda hallarse (y agradezco a quien corresponda la brevedad del término, pues no es merecedor de más de cuatro letras), oyéndolo en esa intermitencia burda farfullar ideales de los cuales no es merecedor ni por antagonismo. Sea por todo esto que tampoco obtenga un mejor final que el aquí presente.