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Con el 0-3 pasó algo que yo nunca vi: ¿viste cuando está lloviendo pero
a baldazos, que no hay impermeable ni un carajo que te sirva? Bueno, empezó a
llover más. Todavía más. Parecía que el cielo lloraba por nosotros al ver
nuestra posibilidad de campeonato escaparse como el agua por drenaje de la
cancha, que igual ya estaba inundada. Un rayo bajó un poste de luz a un par de
cuadras del estadio, y esto sí que fue de película (te imaginarás el ruido que
hizo, a mí se me movió hasta el culo, pibe, te juro) porque al mismo tiempo hubo
una barrida totalmente irracional de Codelasa para cortar un pase en
profundidad que lo dejó totalmente cubierto de barro; te digo que ni se cómo
hacía para ver, pero veía, ¡y cómo veía el hijo de puta, que desde el piso
metió un bochazo para un pique mágico de Misultina, que por ahí estaba en
offside pero a quién mierda le importaba, si se iba solo, solo!
Era el rayo que
acababa de caer el Juanca, y realmente había que ser un pelotudo como Islas
atajándole la rabona al Diego en Ñuls para cortar esa jugada, que ni falta hace
que te diga que terminó en gol. Gol, ¡gol, la reputa que lo parió, gol! ¡Se lo
íbamos a dar vuelta a esos negros de mierda! Estábamos todos cegados, locos,
contagiados del hambre de nuestra dupla, de su instinto asesino, a mi te juro
que no me importaba más nada, pero nada. Si me hacían firmar ahí que se moría
el forro del médico o el viejo Aníbal, o los dos, con tal de darlo vuelta, lo
firmaba. Más bien que lo firmaba, ¡lo firmábamos todos! Lo firmaba hasta el
hijo de Aníbal, los pacientes de Lapegüe, ¡lo firmaba todo el puto barrio!
Ahí por supuesto que volvió el griterío, era el Coliseo eso, pibe, era
peor que el infierno, no había forma que esos 11 putos visitantes pudieran
aguantar, y dicho y hecho: a los 10 minutos del primero, el que mojó fue
Codelasa, con un zapatazo de afuera del área que viboreó y se le fue entre las
manos al arquero. Menos de media hora y yo ya tenía una única duda: cómo iba a
hacer para seguir gritando tanto. Al Monchito, al lado mío, después de su fino
reclamo al referí clamando ‘¡Penal, hijo de una gran puta!’, te juro que lo vi
escupiendo rojo como la tarjeta que recibía el animal de Schiaretti después de meterle
un topetazo y serrucharle la canilla derecha a Codelasa cuando se acomodaba en
el área para traer el alivio del empate. No podíamos más. Pero de verdad que no
nos importaba. O por lo menos hablo por mí. Si quedaba mudo después de ese
partido, y bueno, valía la pena. Más bien que valía la pena, si se me cortaban
las cuerdas vocales gritando el empate que estaba a 12 pasos, en los pies de
Misultina porque Codelasa apenas podía pisar después del guadañazo del sicario
N°2 rival, que se cortaran. Mi única pena iba a ser no poder gritar el gol
siguiente, ni más ni menos. Pero en un momento así, cualquier futbolero sabe
que no hay que adelantarse, como esos piedras que cantan el gol antes de tiempo
y después te mufan para toda la cosecha. No, no, había que soportar esos
segundos sepulcrales, estoicos como el roble más fuerte debajo de la tormenta
que parecía no querer escampar, hasta ver a la redonda inflando el arco. Eso
había que hacer. Y eso hicimos, y carajo si valió la pena, ¡la puta que valió
la pena! ¡Cómo gritamos ese gol de mierda! Con lo que cuesta a veces gritar un
gol de penal, esa cosa medio anunciada pero que tenés que confirmar sí o sí,
como con una mina que sabés que te da calce, sabés que está todo dicho, pero
hasta que no te encamaste dudás como el más cagón y virgen de la cuadra. En el
partido, por más que recién llegaba el empate y faltaban 15 minutos y el
descuento, también estaba todo dicho. Pero faltaban los hechos.
Y los hechos, históricos ya en el corazón del barrio, llegaron a 5 del
final. El 4 nuestro evitó un lateral y la tocó larga para “El Tano” Varese, que
avivado por el grito de Codelasa, abrió las piernas y la dejó pasar. Rubén
recibió de espaldas. Era inconfundible porque, ya con un poco menos de lluvia,
era sin lugar a dudas el jugador más embarrado de la cancha y posiblemente de
la historia del fútbol, después de Blas Armando Giunta. Hizo un giro,
trastabilló pero se sacó al marcador de encima y descargó para Misultina. El
muerto del 3 contrario, el brasilero Laofaoraopao (que no conforme con su
apellido, había reconocido públicamente tanto su profunda admiración por Pelé
como su homosexualidad), confiado en su velocidad, dejó el hueco para que Juan
Carlos la tirara larga, y así dar con el balón. En los casi 25 metros de
carrera, Misultina logró sacarle más de 5, y con la misma precisión que lo
hacía el eximio jugador de billar que era, desató un centro al punto del penal
para la arrolladora escultura de barro que conformaba Codelasa, que con un
salto soberbio logró sacarse de encima a su ridículo marcador y con un testazo
más violento que el piedrazo que abatiera al Dr. Lapegüe (apenas recobrando el
conocimiento a esa altura del partido), dejó totalmente estéril el esfuerzo del
arquero, que igual que todo el estadio, ya sentía en la piel el grito
desaforado de gol, las lágrimas que de a poco dejaban de caer del cielo para
inundar nuestros ojos, y no era para menos. ¡Cómo no llorar con algo así! ¡Cómo
no sentir así ese grito desde lo más recóndito del alma, minutos atrás hecha un
harapo, cubierta por cenizas que otrora fuesen de derrota, ahora no más que los
restos incinerados de los perdedores visitantes, de los putos del Rojo que
perdieron por cagones, decime cómo no! ¡Cómo no lagrimear así, gritando con
sangre en la garganta cada vez más inflamada, en un descargo de ira
interminable, de todas las miserias que arrastramos, en un frenesí que nos hace
olvidar todo lo que falta, lo que duele, lo que jode! ¡Decime cómo no! ¡Si
hasta vi llorar a la pelota, enamorada de la red!
Al final hubo un 5to. gol, que ni se quién lo metió, ni cuándo, ni cómo,
y te digo que ni lo gritamos, porque lo único que se podía escuchar era el
grito ensordecedor de toda la hinchada con el clásico cantito del campeón que
va a dar la vuelta, en nuestro caso alternándolo, primero con ‘…que de la mano,
de Misultina…’, y después con el otro héroe, Codelasa, carajo. Me acuerdo que
salimos de la cancha como locos, y casi tan locos como hechos mierda, ¿porque
te imaginás como nos quedó la garganta después de tanta lluvia, frío y
griterío, no? Una cosa de locos. Si hasta me acuerdo que en casi todas las
farmacias se agotaron unos antibióticos para las anginas y esas cosas, de la
cantidad de gente que quedó jodida. ¿Cómo era que se llamaban? Unas pastillas
grandes, una mierda, pero que te curaba. Bueno, no me van a salir los nombres
ahora. Me voy que se me hace tarde, pibe. Nos vemos.
¿Vas a mejorar el silencio?
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