miércoles, 29 de enero de 2014

La dupla (3ra. -y última- parte)

Y vamos con la última parte, al mal paso darle prisa, dicen. Aguante el Diego, de paso. Nunca está de más decirlo.

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Con el 0-3 pasó algo que yo nunca vi: ¿viste cuando está lloviendo pero a baldazos, que no hay impermeable ni un carajo que te sirva? Bueno, empezó a llover más. Todavía más. Parecía que el cielo lloraba por nosotros al ver nuestra posibilidad de campeonato escaparse como el agua por drenaje de la cancha, que igual ya estaba inundada. Un rayo bajó un poste de luz a un par de cuadras del estadio, y esto sí que fue de película (te imaginarás el ruido que hizo, a mí se me movió hasta el culo, pibe, te juro) porque al mismo tiempo hubo una barrida totalmente irracional de Codelasa para cortar un pase en profundidad que lo dejó totalmente cubierto de barro; te digo que ni se cómo hacía para ver, pero veía, ¡y cómo veía el hijo de puta, que desde el piso metió un bochazo para un pique mágico de Misultina, que por ahí estaba en offside pero a quién mierda le importaba, si se iba solo, solo!
Era el rayo que acababa de caer el Juanca, y realmente había que ser un pelotudo como Islas atajándole la rabona al Diego en Ñuls para cortar esa jugada, que ni falta hace que te diga que terminó en gol. Gol, ¡gol, la reputa que lo parió, gol! ¡Se lo íbamos a dar vuelta a esos negros de mierda! Estábamos todos cegados, locos, contagiados del hambre de nuestra dupla, de su instinto asesino, a mi te juro que no me importaba más nada, pero nada. Si me hacían firmar ahí que se moría el forro del médico o el viejo Aníbal, o los dos, con tal de darlo vuelta, lo firmaba. Más bien que lo firmaba, ¡lo firmábamos todos! Lo firmaba hasta el hijo de Aníbal, los pacientes de Lapegüe, ¡lo firmaba todo el puto barrio!

Ahí por supuesto que volvió el griterío, era el Coliseo eso, pibe, era peor que el infierno, no había forma que esos 11 putos visitantes pudieran aguantar, y dicho y hecho: a los 10 minutos del primero, el que mojó fue Codelasa, con un zapatazo de afuera del área que viboreó y se le fue entre las manos al arquero. Menos de media hora y yo ya tenía una única duda: cómo iba a hacer para seguir gritando tanto. Al Monchito, al lado mío, después de su fino reclamo al referí clamando ‘¡Penal, hijo de una gran puta!’, te juro que lo vi escupiendo rojo como la tarjeta que recibía el animal de Schiaretti después de meterle un topetazo y serrucharle la canilla derecha a Codelasa cuando se acomodaba en el área para traer el alivio del empate. No podíamos más. Pero de verdad que no nos importaba. O por lo menos hablo por mí. Si quedaba mudo después de ese partido, y bueno, valía la pena. Más bien que valía la pena, si se me cortaban las cuerdas vocales gritando el empate que estaba a 12 pasos, en los pies de Misultina porque Codelasa apenas podía pisar después del guadañazo del sicario N°2 rival, que se cortaran. Mi única pena iba a ser no poder gritar el gol siguiente, ni más ni menos. Pero en un momento así, cualquier futbolero sabe que no hay que adelantarse, como esos piedras que cantan el gol antes de tiempo y después te mufan para toda la cosecha. No, no, había que soportar esos segundos sepulcrales, estoicos como el roble más fuerte debajo de la tormenta que parecía no querer escampar, hasta ver a la redonda inflando el arco. Eso había que hacer. Y eso hicimos, y carajo si valió la pena, ¡la puta que valió la pena! ¡Cómo gritamos ese gol de mierda! Con lo que cuesta a veces gritar un gol de penal, esa cosa medio anunciada pero que tenés que confirmar sí o sí, como con una mina que sabés que te da calce, sabés que está todo dicho, pero hasta que no te encamaste dudás como el más cagón y virgen de la cuadra. En el partido, por más que recién llegaba el empate y faltaban 15 minutos y el descuento, también estaba todo dicho. Pero faltaban los hechos.

Y los hechos, históricos ya en el corazón del barrio, llegaron a 5 del final. El 4 nuestro evitó un lateral y la tocó larga para “El Tano” Varese, que avivado por el grito de Codelasa, abrió las piernas y la dejó pasar. Rubén recibió de espaldas. Era inconfundible porque, ya con un poco menos de lluvia, era sin lugar a dudas el jugador más embarrado de la cancha y posiblemente de la historia del fútbol, después de Blas Armando Giunta. Hizo un giro, trastabilló pero se sacó al marcador de encima y descargó para Misultina. El muerto del 3 contrario, el brasilero Laofaoraopao (que no conforme con su apellido, había reconocido públicamente tanto su profunda admiración por Pelé como su homosexualidad), confiado en su velocidad, dejó el hueco para que Juan Carlos la tirara larga, y así dar con el balón. En los casi 25 metros de carrera, Misultina logró sacarle más de 5, y con la misma precisión que lo hacía el eximio jugador de billar que era, desató un centro al punto del penal para la arrolladora escultura de barro que conformaba Codelasa, que con un salto soberbio logró sacarse de encima a su ridículo marcador y con un testazo más violento que el piedrazo que abatiera al Dr. Lapegüe (apenas recobrando el conocimiento a esa altura del partido), dejó totalmente estéril el esfuerzo del arquero, que igual que todo el estadio, ya sentía en la piel el grito desaforado de gol, las lágrimas que de a poco dejaban de caer del cielo para inundar nuestros ojos, y no era para menos. ¡Cómo no llorar con algo así! ¡Cómo no sentir así ese grito desde lo más recóndito del alma, minutos atrás hecha un harapo, cubierta por cenizas que otrora fuesen de derrota, ahora no más que los restos incinerados de los perdedores visitantes, de los putos del Rojo que perdieron por cagones, decime cómo no! ¡Cómo no lagrimear así, gritando con sangre en la garganta cada vez más inflamada, en un descargo de ira interminable, de todas las miserias que arrastramos, en un frenesí que nos hace olvidar todo lo que falta, lo que duele, lo que jode! ¡Decime cómo no! ¡Si hasta vi llorar a la pelota, enamorada de la red!


Al final hubo un 5to. gol, que ni se quién lo metió, ni cuándo, ni cómo, y te digo que ni lo gritamos, porque lo único que se podía escuchar era el grito ensordecedor de toda la hinchada con el clásico cantito del campeón que va a dar la vuelta, en nuestro caso alternándolo, primero con ‘…que de la mano, de Misultina…’, y después con el otro héroe, Codelasa, carajo. Me acuerdo que salimos de la cancha como locos, y casi tan locos como hechos mierda, ¿porque te imaginás como nos quedó la garganta después de tanta lluvia, frío y griterío, no? Una cosa de locos. Si hasta me acuerdo que en casi todas las farmacias se agotaron unos antibióticos para las anginas y esas cosas, de la cantidad de gente que quedó jodida. ¿Cómo era que se llamaban? Unas pastillas grandes, una mierda, pero que te curaba. Bueno, no me van a salir los nombres ahora. Me voy que se me hace tarde, pibe. Nos vemos.

¿Vas a mejorar el silencio?

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