¡Pedro! ¡Mirá quién vino!
Pasó tanto tiempo desde la última vez que subí algo acá, que hasta se murió Calabró. Entre otros. Qué cosas, eh.
Tiene sentido el "parate", en parte, porque el último año, año y medio, tuvieron lugar muchos hechos en mi vida: claro que no los contaré, si no los saben, no les importa.
La cosa es que todo este tiempo, no es que no estuve escribiendo. No celebren.
Seguiría con el preámbulo, pero esto que vengo a postear ya es lo suficientemente largo como para agregar más cosas. De hecho, lo voy a poner en partes, así mueren por saber como sigue. Hasta en una de esas, si mi plan tiene éxito, me llegarán cientos de miles de mails ofreciéndome dinero para que ponga la continuación.
Pásenla lindo, eh. Manga de putos.
-----
Como si fuese ayer me acuerdo, mirá. Como si fuese ayer. Porque estará lejos aquél ’53 en el que nací yo, pero el bocho todavía me funciona, eh. Me funciona bien. Hasta mejor que un pibe, te digo, porque viste que ahora con el celular, la calculadora y qué se yo, la cabeza la usan mucho menos. Serán más rápidos pero en lo que es la memoria, ni mierda. De pedo se acuerdan el nombre o la dirección de la casa. Pero esa es otra historia, pará que no me quiero ir de tema. La cosa es que yo me acuerdo bien, sí… bueno, ahora no estoy seguro si era el ’91 o el ’92, pero por ahí. ’93 seguro que no. Yo debía tener 38, 39 años. En esa época, a las inferiores del clú’ no las veía ni el loro. Pero ni el loro, ¿eh? Caían los padres a traer a los pendejos a entrenar y se iban bien a la mierda. Y los pocos que venían, porque la mayoría de los pibes viajaba en bondi, si no tenían un mango. Aparte, con el frío que hizo ese invierno, ¡qué hijo de puta! Un frío de cagarse, hermano. Si hasta me acuerdo, mirá, de Rosita, la tesorera, la pelotuda de Rosita que te veía temblando como una hoja sacando de pedo una mano de los bolsillos de la campera para tomar el café hirviendo que te traía el Dolfo, el cafetero que se hacía unos manguitos con los 12 boludos que íbamos a ver esos partidos. Y la Rosita que te decía ‘¡Qué lindo invierno ¿eh?! Ese fresquito que se siente en la cara, ¡qué delicia!’, y uno que no le contestaba de educado nomás, porque si le decías algo como mínimo era mandarla al carajo. Y claro, porque ella salía de esa oficinita que tenía, de 3x3, con un calefactor que ocupaba media pared, y qué mierda le iba a importar el frío. Si aparte pesaba como 150 kg. Pero bue, por educación nomás, por ser un tipo considerado, por como te habían encaminado tus viejos, le devolvías una sonrisita, la mandabas entredientes a la reputísima madre que la parió, y listo, seguías con el café del Dolfo. Un café que, honestamente, era una mierda, pero buen tipo el Dolfo.