Tengo unas cuántas cosas para decir, pero por el momento, escribí esto. Así que mejor lo digo otro día.
No recuerdo cuánto tiempo he vivido
desde el día en que soñé con un jardín,
aunque se que aquella noche
uní a mi memoria el amor.
Aprendí durante años,
incesante e incansablemente
mi hoy trágica profesión de orfebre.
Trabajé hasta con hastío en un jarrón
perfecto, simple y curvilíneo,
exacto como el día en que conocí tu luz,
tu sombra.
Te imaginé por horas,
horas que fueron días,
días que fueron lentos,
dolorosos meses,
me descorazoné esperanzado.
Te viví recostada en mi sueño,
esmeralda, blanca y pura,
deslumbrando al mismo sol.
Brillaba en tus ojos, encandilándolo todo;
marqué tu tallo,
el barro aún fresco en mis manos,
mi lucha, tu inocencia, un ideal.
Aún sin colmena
logramos la miel más dulce,
siempre el aguijón en mi espalda
donde fue hundido con insidia.
Muté mi forma,
caí al vuelo,
busqué paz en algún campo abierto;
dudé en la tarde,
lloré en la noche,
recordé un día.
Te vi despierta,
quizás nunca habías dormido:
estabas limpia y segura.
El suelo escondía una vasija rota.
Huiste con miles en una fila infame,
siguiendo el rastro de un almíbar turbio,
miel, barro y sangre.
Te vi, altivo y olímpico,
mudando mi descuidado sueño:
la decepción de tu urgencia,
precipitada y ciega en un jardín sin flores.
Y eso fuiste,
de esmeralda, el simple verde,
elegiste ser el pasto, excesivo y generoso.
Y creciste, en tu deseo,
fue lo que tu quisiste,
has de saber que el color no es para siempre.
Y ahí estarás, como eterna, aún creciendo,
sin que a nadie fiel le importe
un jardín sin una flor.
MORTA PUNTO COM (REPUBLICACIÓN)
Hace 1 hora