aloH.
No se por qué se me da por aclarar que no es que voy a publicar un texto por mes o algo así, nomás se viene dando por cuestiones que no vienen al caso. Digo, por las dudas, nomás. No sea cosa que se piensen que.. eso.
Cuestión que anduve por el noroeste argento
(de ahí la foto que puse y seguramente nadie verá) y me traje unas cuantas ideas que resumí todas un mismo día volviendo en una camionetita desde Cafayate, o por ahí desde Jujuy. Casi seguro que Cafayate. Tampoco importa el detalle. Algún día cobrarán vida y andarán por acá, supongo. Pero mientras tanto, siendo ya casi una semana desde que pegué la vuelta, me vi en casi la obligación de descomprimir un poco el cerebro con esto que voy a dejar ahora, antes de meterme con el resto. Así que, llevando por nombre eso que ven ahí arriba, acá va. Y ahí voy. ¡Salute!
-----
Te
vuelvo a encontrar. Como hace ya 5 años, intervalo en el que las diferencias entre nosotros eran tan obvias e insalvables como hoy lo son los diferentes destilados para el paladar, vuelvo a la largada, lugar que intento abandonar (a diferencia de la eterna carrera) desde que escuché aquellos discursos, pero al que me confinan como perro rabioso, porque
tengo que estar loco, porque planteo un equilibrio tal que desmorona ánimos ajenos llevándolos a la intensa frecuencia de la risa y el ridículo, del emético
rechazo por mi inmortal amada Inocencia y algún otro supuesto básico exclusivo.
Qué le voy a hacer. Me niego a quitarle gravedad al asunto. Sin embargo, he aprendido a conformarme, porque llegué a comprender que la soledad kamikaze no lograría suplirme por completo, si bien sería una coronadora opción suicida el día que efectivamente abandonase mi cálida cápsula – como una mariposa, que sabe desde siempre que todo terminó –. Es por esto que puedo decir que se todo lo que necesito. Sobre todo, al estar tan expuesto al otro extremo, como un salvaje en cautiverio.
Por ejemplo, hoy día alguien lo decretó como “sábado”, y entonces todas las luciérnagas salen a preparar el ambiente, mayormente maquilladas e intermitentes. Nadie sabe muy bien por qué, y con el correr de las décadas, cada vez interesa menos (la deforestación hace todo más confortable). La abogadita hoy recibió el título y estrenó ropa interior, no porque quiera que, tal vez, alguien se la elogie, pero es una muchacha sumamente precavida, y uno nunca sabe dónde lo pueden llevar unos besos (a la piel o a su perfume). El mecánico (su último error), que en realidad ni siquiera lo es de profesión pero se divierte vistiendo y alardeando como tal, ya eligió su mejor pantalón, lustró sus zapatillas hasta lograr ese brillo displicente y artificial, y partió con su camisa blanca (y su notable etiqueta) en busca de una niña que por lago quiera un vaso, y por luna un viejo tubo fluorescente. Del pasto, mejor ni hablemos; con suerte haya algún colchón. No obstante, la naturaleza estará presente, vigilando a quienes conformarán su próximo festín.
Mientras tanto, yo sigo mezclando mis cartas (deteniéndome sólo para extender los brazos) y sin razón aparente te imagino llorando, nadando en una frustración que te ahoga, como quien se ve solo, aún con vida, en una trinchera plagada de cadáveres, viejos amigos de ojos nunca tan abiertos. Ya no importa la venganza ni la muerte, importa la inmediatez del miedo, y aunque todo vaya en una simple y recta dirección, no deja de verse como un laberinto intrincado y cruel en el que se tiene la aguda y desconsoladora certeza de no encontrar nunca jamás una mano no amiga, sino amada.
Me da tanta pena que todo se encuentre así. De las tribus sólo quedamos algunos nativos sueltos; los territorios vírgenes parecen haberse vendido antes de siquiera poder volver a recordarlos, y los nuevos hábitats son lamentablemente tecnológicos. Podremos estar tristes, pero el vidrio aún nos resulta demasiado misterioso y dañino para comerlo con gusto. Por más que la felicidad se venda en los kioscos, preferimos quedarnos como estamos. Y no me animo a hablar por vos (aunque amaría recibir noticias), pero yo me siento un animal, un humano raramente humano que observa al resto regirse por deformadas versiones de aquellos duros pensamientos del filósofo alemán. No se muy bien qué hacer ya (ni quiero imaginar tu caso), más que seguir adaptándome entre lamentos, marcando perpetuamente mi territorio, defendiéndolo con gruñidos de aquellos que me miran tras las rejas y me ofrecen su comida prefabricada, “alegres” sin sentido (¡y gustosos de que sea así!). Me quedo quieto o doy algunas vueltas (sea cual sea el nombre del día o de la noche) y simplemente espero, mirando siempre al rincón desde el que sale el sol, el horizonte curvo que marcó a fuego y desde siempre lo que quiero, lo que espero encontrar sin tentarme a buscarlo, pues así lo habría perdido para siempre.
Extraño lo que le quitaron a mi infancia, pero si no dejase de pensar en ello, los pocos lugares que conservamos se extinguirían para siempre, invadidos por esa suerte de bárbaros domados a analgésicos que ya quisieron conquistar tus ojos, a los que expulsaste a llanto limpio, consumiéndote la voz que tanto adoro escuchar. Yo tampoco pienso ser uno de ellos; ni una abogada ilusa ni un mecánico perfumado. Por eso sigo soñando con tomarte de la mano, y si acaso dejase de hacerlo, me llevaría a unos pocos amigos conmigo, o a decenas de imbéciles reemplazables que no cambiarían nunca la historia que nunca cambiará.